Hay una creencia generalizada de que un artillero, el general Pavía, entró con su caballo en el Congreso blandiendo un espadón para acabar con la desastrosa Primera República. Pero ni él ni su caballo llegaron a entrar, aunque en el imaginario colectivo persista esa idea peregrina.
De hecho, lo que hizo fue mandar una nota al presidente del Congreso, Salmerón, de que desalojase.
Un poco antes Salmerón había dicho que «antes morirían allí que abandonar su puesto«, pero el «heroísmo» duró una media hora, el tiempo que tardó en llegar una dotación de la Guardia Civil con la orden de desalojo, saliendo todos ordenamente.
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